MÚSICA EN LOS CARNAVALES
PORRO, LA CUMBIA Y LA GAITA EN
LOS CARNAVALES DEL CARIBE COLOMBIANO
Los más de mil seiscientos kilómetros de longitud cultural y tradición que bordean las costas de esta prodigiosa región natural y política se bañan de procesos ancestrales que generación tras generación han forjado el carácter y entereza de hombres y mujeres desde Cabo Tiburón en el Urabá hasta Cabo Castillete en la Guajira.
Entre los muchos valores culturales y de tradición popular está el Carnaval, evento que por trashumancia se fue constituyendo en una forma de compartir los encuentros y despedidas en cada pueblo y caserío del Caribe colombiano. Cabe decir, que desde el siglo XV en América se empezó a gestar este juego entre el bien y el mal como manera de mofarse y hacer broma sobre los acontecimientos cotidianos del momento.
Este juego de máscaras y disfraces creció entre nativos y negros esclavos enriqueciéndose con otras manifestaciones folclóricas y culturales del Caribe colombiano, como es el caso de la música de viento ejecutada desde las gaitas y flautas de millo hasta llegar a los instrumentos metálicos que hoy forman las bandas de músicos. Ese aporte autóctono del nativo en los ritmos y cadencias melodiosas hacen que, tanto máscaras como disfraces, empiecen a ser acompañados de danzas, cumbiambas, comparsas y grupos de bailarines que derrochan alegría al compás de las gaitas y tambores africanos.
El rico bagaje cultural y folclórico de cada uno de los pueblos del Caribe colombiano hacen posible que cada año al compás de la cumbia, el porro y la gaita nos transformemos y desarrollemos una batalla de jolgorio y desorden organizado en donde las comparsas, comedias, disfraces y danzas recorren los barrios y calles del pueblo luciendo sus vestidos y atuendos.
El carnaval también es música y aquí el porro, la cumbia y la gaita son melodías importantes para los grupos de danzantes que bailan y desfilan durante las carnestolendas. La música de viento representa un desembolso importante en las fiestas del rey Momo y su interpretación es la misma en el ambiente tradicional del pueblo como en el ámbito urbano de los tiempos modernos. Los músicos populares con su instrumento al hombre como herramienta de trabajo se preparan con anticipación para su larga jornada de ejecución musical durante el juego de carnaval.
De las sabanas de Sucre y Córdoba emigran por esos días de carnaval a Barranquilla, Santa Marta, Cartagena y otros lugares, para acompañar con sus melodías las danzas y comparsas de tradición popular formadas desde lo urbano.
Esta articulación de manifestaciones artísticas forjadas desde la cotidianeidad popular en cada pueblo del Caribe colombiano nos ha significado con orgullo la distinción de patrimonio tangible e intangible de la humanidad por la UNESCO.
Desde los cabildos de negros del siglo XVIII, los danzarines del Congo dejaron la danza del torito como expresión autóctona. También encontramos diseminado por todo el Caribe colombiano el aporte de los Zenues, Chimilas, Arahuaco, Wuayuu, Mokaná y otras génesis indígenas que han sido determinantes en la creatividad artística y folclórica frente a la expresión coreográfica montada por cada grupo de danzantes y bailarines en donde la cumbia, ya sea cienaguera, sanpuesana, soledeña o sanjacintera, es uno de los mayores aportes a este juego entre el bien y el mal y su ejecución como danza y música representa uno de los valores primordiales aportados a este patrimonio tangible e intangible.
Y como la tradición pesa, ¡quien lo vive es quien lo goza!, razón por la cual donde hay juego de carnaval en cualquier rincón del Caribe colombiano una banda de músicos sabaneros interpretando porros, cumbias y gaitas animan el jolgorio.
Entre los muchos valores culturales y de tradición popular está el Carnaval, evento que por trashumancia se fue constituyendo en una forma de compartir los encuentros y despedidas en cada pueblo y caserío del Caribe colombiano. Cabe decir, que desde el siglo XV en América se empezó a gestar este juego entre el bien y el mal como manera de mofarse y hacer broma sobre los acontecimientos cotidianos del momento.
Este juego de máscaras y disfraces creció entre nativos y negros esclavos enriqueciéndose con otras manifestaciones folclóricas y culturales del Caribe colombiano, como es el caso de la música de viento ejecutada desde las gaitas y flautas de millo hasta llegar a los instrumentos metálicos que hoy forman las bandas de músicos. Ese aporte autóctono del nativo en los ritmos y cadencias melodiosas hacen que, tanto máscaras como disfraces, empiecen a ser acompañados de danzas, cumbiambas, comparsas y grupos de bailarines que derrochan alegría al compás de las gaitas y tambores africanos.
El rico bagaje cultural y folclórico de cada uno de los pueblos del Caribe colombiano hacen posible que cada año al compás de la cumbia, el porro y la gaita nos transformemos y desarrollemos una batalla de jolgorio y desorden organizado en donde las comparsas, comedias, disfraces y danzas recorren los barrios y calles del pueblo luciendo sus vestidos y atuendos.
El carnaval también es música y aquí el porro, la cumbia y la gaita son melodías importantes para los grupos de danzantes que bailan y desfilan durante las carnestolendas. La música de viento representa un desembolso importante en las fiestas del rey Momo y su interpretación es la misma en el ambiente tradicional del pueblo como en el ámbito urbano de los tiempos modernos. Los músicos populares con su instrumento al hombre como herramienta de trabajo se preparan con anticipación para su larga jornada de ejecución musical durante el juego de carnaval.
De las sabanas de Sucre y Córdoba emigran por esos días de carnaval a Barranquilla, Santa Marta, Cartagena y otros lugares, para acompañar con sus melodías las danzas y comparsas de tradición popular formadas desde lo urbano.
Esta articulación de manifestaciones artísticas forjadas desde la cotidianeidad popular en cada pueblo del Caribe colombiano nos ha significado con orgullo la distinción de patrimonio tangible e intangible de la humanidad por la UNESCO.
Desde los cabildos de negros del siglo XVIII, los danzarines del Congo dejaron la danza del torito como expresión autóctona. También encontramos diseminado por todo el Caribe colombiano el aporte de los Zenues, Chimilas, Arahuaco, Wuayuu, Mokaná y otras génesis indígenas que han sido determinantes en la creatividad artística y folclórica frente a la expresión coreográfica montada por cada grupo de danzantes y bailarines en donde la cumbia, ya sea cienaguera, sanpuesana, soledeña o sanjacintera, es uno de los mayores aportes a este juego entre el bien y el mal y su ejecución como danza y música representa uno de los valores primordiales aportados a este patrimonio tangible e intangible.
Y como la tradición pesa, ¡quien lo vive es quien lo goza!, razón por la cual donde hay juego de carnaval en cualquier rincón del Caribe colombiano una banda de músicos sabaneros interpretando porros, cumbias y gaitas animan el jolgorio.
[1] Arquitecto, Urbanista. Estudios en Planeación del Ordenamiento Territorial, Planeación para la Gestión Ambiental, Diseño Curricular. Especialista en Planeación Urbana y Regional. Becario del programa UNESCO-MOST, Escuela Regional de Verano. Miembro del grupo de Investigación “Pensamiento Complejo y Educación” – Universidad Simón Bolívar. Investigador -Docente. Gestor Cultural, Asesor y consultor para el desarrollo territorial.
alfredooteroortega@yahoo.es
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