RESEÑA BIOGRÁFICA
CALARCÁ
UN DIBUJANTE DE CLASE... TRABAJADORA
Arlés Herrera, nacido el 23 de junio de 1934 en Armenia, criado entre Calarcá y Cali hasta 1940, «reeditado» en Bogotá durante varias décadas y reproducido en periódicos y revistas desde 1962.
Es práctico, de notable habilidad para las tareas manuales y va sin rodeos al meollo de los asuntos; pero no se define como un pragmático.
Generoso al compartir sus experiencias, sensible al dolor ajeno y tenaz defensor de los ideales humanistas; pero no encaja por entero en el perfil de un romántico.
Exigente con el alumno y de un rigor insobornable en el ejercicio del oficio; pero adverso a las erudiciones ostentosas. Amplio y efusivo en el trato; pero negado para el boato y las reverencias lambonas.
Así es -y así no es- Arlés Herrera, mejor conocido como el «Maestro Calarcá», y quien acepta como único calificativo acertado el de ser un integrante más de la clase trabajadora. «Eso es lo fundamental: - dice- saber a qué clase se pertenece, de qué lado se debe estar».
Aquello de ser trabajador no es sólo una consigna política: Calarcá ha sido caricaturista de opinión y retratista durante 40 años, profesor de dibujo humorístico y caricatura fisonómica durante más de 10, organizador del Festival Latinoamericano de Humor Gráfico de Bogotá en sus cuatro versiones, entusiasta animador de varios grupos de caricaturistas durante las dos últimas décadas y, en sus ratos libres, líder comunitario e integrante del Partido Comunista Colombiano.
ENTRE LAS DOS ARMENIAS
La calidad de su trabajo le ha valido el reconocimiento de colegas y no colegas del medio gráfico en general: gente de todas las pelambres y tendencias.
Siendo estudiante del Instituto de Ciencias Políticas y la Comunicación de Moscú, recibió en 1969 un reconocimiento por su disciplina y dedicación durante dos años de arduo trajín académico. Como para que no fuera sólo cuestión de palmaditas en la espalda y diplomas cargados de cenefas y rúbricas en estilo gótico, algunas de sus caricaturas le fueron publicadas en el poderoso e influyente «Kokodryl», la publicación humorística de mayor difusión en la ex Unión Soviética.
En 1986, Calarcá prosiguió su preparación artística en Neobrandenburgo, en el este de Alemania, y después se dedicó a recorrer varios países de Europa Oriental y Transcaucasia. Conoció a numerosos colegas en esas latitudes, y aprovechó para dar a conocer su trabajo en varios medios locales.
Algún día, viajando por las templadas laderas de la Armenia caucásica, las rápidas imágenes de los viñedos y zarzales de esa tierra antediluviana se fueron transformando en los cafetales y palmas de cera de su Armenia quindiana.
Inmerso en esta simbiosis telúrica, el sol de la montaña quimbaya le inundó la memoria, y entonces evocó su primera infancia. Recordó las duras jornadas cogiendo café, limpiando cañaduzales y regando sementeras. Recordó sus primeros dibujos en la pizarra, la mirada aprobatoria de su maestra, la mirada esquiva de la hija de la maestra. Recordó, incluso, su primera caricatura, la de un ermitaño vestido de selva y pieles que aparecía cada mes en el pueblo. Un personaje de estampa profética al que apodaban «Titiribí».
Recordó las tertulias familiares, las lecturas en voz alta de los novelistas románticos y los pensadores radicales. Las caricaturas de Daumier, los ejercicios con bodegones en el taller caleño de Hernando González, el colorido despliegue de sus primeras revistas de lectura: Peneca, El Pobre Diablo y Billiken.
LOS AÑOS REVOLTOSOS
La segunda infancia del “MAESTRO JUVENTUD”, como también se le conoce, es algo más exaltada; dibujo para boletines y periódicos de organizaciones estudiantiles y campesinas; estuvo en la cárcel, retenido con el cargo de «agitador» y «espía del Kremlin» y en un episodio de «orden público» que lo hace aparecer hoy con la aureola patriarcal del cacique pijao que evoca en su firma, se convierte en uno de los fundadores del barrio Policarpa de Bogotá. Transcurrían los revolucionarios y picarones años 60 y un chorro de utopía lubricaba todas las divergencias.
De esta manera se consolida la caricatura de Calarcá: radical, irrestricta, militante. Trazada más con el puño que con la mano; más con la convicción política que con la intención de servir a un requerimiento editorial previo. Como él mismo lo subraya, se trata de una crítica frontal, no tanto al gobernante de turno o al corrupto del día, sino a la clase dirigente en su conjunto.
En 1962 se vincula al semanario Voz Proletaria, constituyéndose en el «relevo natural» de Manuel Parra -Espartaco-, que trabajaba en este medio desde que apareciera como La Voz de la Democracia.
Los años posteriores nos permiten seguir el rastro de ese trazo vigoroso en las páginas de VOZ. Allí aparecerán como testimonio de la confrontación social que ha signado la historia del país, esas fisonomías contundentes, en que las expresiones duras y rotundas no hacen sino reflejar una pugnacidad que parece no tener límites.
Pero la lealtad no es sólo con la causa política, también lo es con la excelencia estética. Como resultado, y aunque la «gran prensa» lo haya visto de soslayo, queda en esas incontables viñetas -acumuladas ya por cuatro décadas- un legado de arte e ingenio al servicio de un ideal social todavía no superado.
UN CACIQUE ENTRE LOS CARICATURISTAS
Avanzada la década de los 80, viene una época propicia para el trabajo en sociedad de los humoristas gráficos colombianos. Se reconoce aquí un aire distinto en el ámbito de la caricatura.
La era de los grandes «saurios» de la caricatura de opinión, escondidos en las atalayas de sus periódicos tutelares y apartados por ellos de los demás mortales, va cediendo el paso a un período dominado por el prurito de lo colectivo.
Aparece en Bogotá el Taller de Humor, con el cual el dibujo humorístico sale del aula de clase y va a la calle, al encuentro con la gente.
Más adelante surgen en esa misma línea -pero incorporando un grupo de humoristas más amplio- El Cartel del Humor y la Escuela Nacional de Caricatura, causas a las que Calarcá contribuye con el mismo entusiasmo de siempre.
LA CARICATURA «EN VIVO»
Es una coyuntura como esta la que permite desarrollar en el país la denominada «caricatura en vivo». Contando con una experiencia previa del Taller y alentados por las impresiones de lo que el propio Arlés Herrera había visto en los bulevares europeos (en la calle Arbat de Moscú, por ejemplo) donde los transeúntes se detienen a ser caricaturizados por artistas ocasionales, se lanza la iniciativa de dibujar a los visitantes de la Feria Internacional del Libro de Bogotá. Calarcá recuerda la primera caricatura realizada para el evento. Fue en 1987, precisamente en el marco de la primera versión de la Feria. La «víctima» fue Mario García, quien posó con el aire digno de un promotor del arte, pues precisamente por estos días se encontraba en la brega de fundar una escuela de dibujo humorístico.
La «caricatura en vivo» ha logrado desde entonces un mayor auge en el país y el número de sus exponentes ha ido en aumento. El público, por su parte, se ha hecho cada vez más selectivo, imponiendo así un mayor compromiso de los dibujantes con su trabajo. Es en este sentido que debe resaltarse la labor de Calarcá, quien ha contribuido a la formación de un buen grupo de fisonomistas en varias ciudades con la premisa del trabajo serio y concienzudo.
CALARCÁ EN POCOS TRAZOS
En el balance de todas estas jornadas al servicio del dibujo humorístico, le queda a Arlés Herrera, además, la satisfacción de haber visto su trabajo publicado en medios distintos al semanario VOZ: El Tiempo, Semana, Café Siete Días, Mamola, Frivolidad, WC, Urraka Mandaka y catálogos de varios festivales de humor gráfico a nivel mundial. También aparecen en la lista el diario chileno El Siglo, el norteamericano Dayly World, la revista soviética Tiempos Nuevos y varias publicaciones cubanas. Adicionalmente, y en reconocimiento a esta trayectoria y a la calidad de su trabajo, ha sido invitado como jurado en eventos como el Festival Mundial de Caricatura «Ricardo Rendón» en Rionegro y el Concurso Juvenil de Dibujo Humorístico de CAFAM en Bogotá. Participó también en el Festival Mundial de la Historieta de Méjico, dibujando en público, y recibió galardón en la X Bienal Internacional de Humor Gráfico en Cuba, en el género de fisonomía personal, por su caricatura en bronce del poeta Nicolás Guillen.
Más o menos así, entre las pinceladas de lo vivido y las veladuras de lo desvivido, se podría hacer un retrato de Arlés Herrera.
MUY BUENA RESEÑA SOBRE EL GRAN MAESTRO CALARCA!!!
ResponderBorrarGRACIAS POR LA INFO, YA LA HE DIFUNDIDO EN MI BLOG DE NOTICIAS DEL CARTOON
SALUDOS DESDE FUNZA