MIS HIJOS ME HAN PEDIDO QUE LES COMPRE UN PERRO
Cuento
Mis hijos me han pedido que les compre un perro. ¡Vaya ocurrencia!. Por un Segundo me he visto transportado a un parque, de esos que en la ciudad acogen sin esfuerzos a hombres y mujeres de todas las edades y a los niños de ambos sexos que llevados por sus padres hacen de esos predios un corral de algarabías.
Puede ser un sábado en la tarde. Lejos “el ladrido” cotidiano de mi oficio. La brisa caminera estremeciendo árboles y flores. Me veo a mí mismo, acompañado de mi hija, tal vez, en una pose de burgués que no le viene a mi figura: Bermuda de Hawai, calzado deportivo, camiseta, gafas de sol y gorra a la moda. Mariota del destino que no sabe de su próximo movimiento en un segundo. Me he encontrado ipso facto, atado a una cuerda que tira de mí como a un pelele a quien han sacado de casa para gritarle al mundo que está vivo.
En realidad resulta que esta sociedad, cada vez más descabellada, se ha inventado el turismo de los perros por los parques y avenidas de ciudad sin tomar en cuenta que son los perros, precisamente, los que se ponen su mejor atuendo y nos visten a su antojo para sacarnos a pasear el tedio por las calles.
Es por esto que ya es costumbre el mismo cuadro por todas partes y a cualquier hora: un canino, no importa la raza, el tamaño ni el color, camina delante como un gran señor protegido por alguien que lo sigue de cerca con un brazo engarrotado, sosteniendo una cuerda que lo subordina al animal, solícito y autómata, para que a su regreso a casa
(el animal) no lo deje tirado por ahí, como a un perro, en cualquier cruce peatonal y entonces sí que se van complicar las cosas.
Puede ser un sábado en la tarde. Lejos “el ladrido” cotidiano de mi oficio. La brisa caminera estremeciendo árboles y flores. Me veo a mí mismo, acompañado de mi hija, tal vez, en una pose de burgués que no le viene a mi figura: Bermuda de Hawai, calzado deportivo, camiseta, gafas de sol y gorra a la moda. Mariota del destino que no sabe de su próximo movimiento en un segundo. Me he encontrado ipso facto, atado a una cuerda que tira de mí como a un pelele a quien han sacado de casa para gritarle al mundo que está vivo.
En realidad resulta que esta sociedad, cada vez más descabellada, se ha inventado el turismo de los perros por los parques y avenidas de ciudad sin tomar en cuenta que son los perros, precisamente, los que se ponen su mejor atuendo y nos visten a su antojo para sacarnos a pasear el tedio por las calles.
Es por esto que ya es costumbre el mismo cuadro por todas partes y a cualquier hora: un canino, no importa la raza, el tamaño ni el color, camina delante como un gran señor protegido por alguien que lo sigue de cerca con un brazo engarrotado, sosteniendo una cuerda que lo subordina al animal, solícito y autómata, para que a su regreso a casa
(el animal) no lo deje tirado por ahí, como a un perro, en cualquier cruce peatonal y entonces sí que se van complicar las cosas.
Concepción Martes Ch.
HOLA PROFESOR LO FELICITO POR ESE CUENTO ES MUY BONITO
ResponderBorrarhola profesor muchas felicitaciones por ese cuento y por los poemas que ha publicado.
ResponderBorrar